El reloj registra sólo un par de horas, pero Dave sabe que ya han pasado varias eternidades. Aún no entiende cómo ha llegado aquí, ni por qué está sentado en la batería con las baquetas en la mano. Tan sólo lo está. Y toca. Más que tocar; destroza. Sin parar. Dejando que la ira (¿por qué lo has hecho, joder?), la frustración (¿qué hago ahora, yo solo, en esta mierda de mundo?), el miedo (¿dónde estás ahora...?) fluyan con cada golpe.
Y tan sólo cuando transcurre otra eternidad, Dave empuja el goliat al suelo y lo hace pedazos a patadas.