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Cuatro cigarrillos se han ido en tan sólo un par de horas. Krist, en cambio, no fuma; se limita a mirar el techo, tumbado en la cama, acariciando despacio la mano de Dave.

Dave deja caer unas colillas y le mira; “¿Y qué? ¿Ya te has decidido?”.
“Paso”, dice. “No quiero que tu grupo se vuelva un segundo Nirvana”.

De repente, Krist se pregunta si no será esto una falta de respeto hacia Kurt. Pero la respuesta llega al instante, algo tan obvio como el dogma de Cobain. Paz, amor, empatía.

Dave suspira.

“Sabes bien que eso no es posible”.



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